Fundación Aprendiendo

Visita al Papa Francisco

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Claudia Gomez Costa y Alejandro Besteiro fueron recibidos por el papa Francisco. A pedido de los alumnos de la Escuela N°4236 del paraje "Sala Esculla" (situada a más de 3000 metros de altura en los cerros de Salta), le llevaron un diccionario español-quechua-aymara, realizado por los niños.

Claudia Gómez Costa y su marido, Alejandro Besteiro, vivieron ayer un sueño. En un encuentro de 15 minutos, en un saloncito de la residencia de Santa Marta, le entregaron al papa Francisco “una joya”: un diccionario ilustrado con vocablos quechuas y aymaras traducidos al español, realizado por 25 chicos de una escuela rural perdida en el medio de la Puna salteña, a la que en 2009 equiparon con una computadora y conexión satelital a Internet.

“El diccionario fue fruto del trabajo de niños y maestros de Sala Esculla, los más humildes entre los humildes, que están en medio de precipicios, en los cerros salteños, a más de 3000 metros de altura, donde se llega a lomo de mula, hay muy poca leña y se usa bosta seca para encender y calentar el agua”, contó a LA NACION Claudia, visiblemente emocionada después de su encuentro con el Pontífice argentino.

“Lloré al principio y al final. Lo estábamos esperando en un saloncito y nos quedamos helados porque él mismo de repente abrió la puerta y llegó solo, sin secretario, humilde, sencillo”, contó Claudia.

Docente desde los 18 años y desde hace nueve presidenta y alma máter de la fundación Aprendiendo bajo la Cruz del Sur, a puro pulmón y golpeando puertas, Claudia logró equipar y capacitar a 58 escuelas rurales del norte del país. Todo gracias a aportes privados, sin subsidios y con el apoyo incondicional de su marido, Alejandro, médico pediatra.

En silla de ruedas desde los 40 años por padecer distrofia muscular, Claudia, madre y abuela de 57 años, logró la audiencia con Francisco casi de milagro. “Los chicos de la escuela de Sala Esculla se enteraron de que iba a París para someterme a dos operaciones y, como sigo en contacto con ellos, me preguntaron si no podía llevarle al Papa el diccionario que habían hecho”, contó.

Fue gracias al padre Pablo Etchepaborda, párroco de Pinamar, donde vive, y miembro de la fundación, que es muy amigo de monseñor Guillermo Karcher, argentino que trabaja en el Vaticano, que consiguió el sueño.

“Le expliqué al Papa nuestro trabajo y él miró con mucha atención el diccionario hecho por los chicos, puesto adentro de una bolsita de flores tejida, también de la zona. «¡Qué aislados que están!», comentó, y yo le dije: «Santo Padre, para nosotros los maestros rurales que los acompañan son héroes civiles porque honran la educación»”, contó.

“Para que entendiera dónde viven estos chicos, también le llevamos al Papa fotos del lugar, donde Internet no es usar Facebook o navegar para pasar el rato, sino que significa en muchos casos la vida o la muerte, porque no tienen absolutamente nada”, agregó.

“Fue increíble que el Papa, a quien nunca habíamos visto personalmente, haya querido recibirnos, con su sencillez, humildad y calidez humana… Nosotros fuimos sólo mensajeros de los chicos. Todavía no puedo creerlo, sigo temblando de la emoción”, confesó Claudia.

“El Papa nos dijo que siguiéramos adelante con nuestro trabajo, que él lo agradecía y que eso lo que hace es dignificar”, agregó, con los ojos llenos de lágrimas. Claudia hubiera querido hacer una videoconferencia vía Skype con la escuela, pero no hubo tiempo: los 15 minutos pasaron volando y el Papa debía ver a otras personas.

“Cuando nos despedimos, le estreché fuerte las manos, y le dije: «Santo Padre, las oraciones de los chicos de la escuela van a ser su escudo, porque llegan más rápido, ya que están a más de 3000 metros de altura»”, concluyó.

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